EL PACIENTE CERO Y YO
Por
Carlos Ávila Pizzuto
EL DÍA CERO, DICIEMBRE 2019
Wang estaciona su bicicleta justo atrás de la parrilla de su local de fideos artesanales. Para él abrir su puesto es siempre una experiencia doble; por un lado, le recuerda que ha renunciado a ejercer como ingeniero automotriz con el duelo que esa renuncia implica y, por otro lado, el orgullo de conservar una tradición familiar de muchas generaciones. La decisión fue difícil, crecer en lo profesional o conservar una técnica milenaria casi en extinción en la preparación de comida tradicional china.
Nuestro mundo nos exige esas elecciones.
Mientras enciende el fuego, lava los utensilios y prepara los alimentos frescos, se coloca sus audífonos y escucha las noticias del mundo. Wang no siempre nota cuánto le duele el dolor del mundo, pero hoy es diferente. Anoche peleó con su novia, bebió un poco y hoy, quizá por eso tiene las defensas bajas al dolor humano.
Pasa una niña llorando frente a su local.
Pasa una madre desesperada detrás de ella, tratando de alcanzarla y tratando de disculpar a la niña ante los locatarios que están levantando sus puestos. Cuando Wang mira la mirada desesperada de la madre, una gota de vida infectada de sufrimiento le salpicó. El dolor del mundo, el dolor de la novia, el dolor de cabeza al entrar en contacto con la gota de vida infectada de sufrimiento de la madre, crearon las condiciones para que el sufrimiento mutara y contagiara a Wang de una nueva enfermedad. Misma que meses después sería llamada Síndrome de Interconexión Aguda 2019 (SItA19), causada por el Virus Gota de Vida Infectada de Sufrimiento 2019 (ViGoVIS19)
HOY, MESES DESPUÉS
Nadie sabe que Wang fue el paciente cero.
El virus entró en cada una de las células de Wang, aprendiendo de ellas todo detalle de su penar, de su sufrir, de su dolor. Conoció la noche en que su madre enferma no le pudo dar pecho y el miedo a morir que le invadió; conoció el día en que él camino solo por primera vez y al voltear a ver a sus padres, estaban distraídos; conoció la primera vez que se cortó la mano y la rodilla; cuando un niño lo golpeó, por nada; cuando aprendió a callar sus opiniones porque las del sistema era más importantes; cuando la niña se rió de él por ser feo; cuando mamá enfermó, padeció y murió de cáncer; cuando dejó a su familia para ir a la universidad; cuando en la tele, miró saltar a alguien de las torres gemelas incendiadas; cuando sacrificó su salud y descanso para mantener el nivel requerido por la escuela; cuando lloró por las víctimas del terremoto; cuando se graduó y su padre no pudo acompañarlo porque estaba enfermo y cuidando su puesto de comida del mercado; cuando dejó su carrera y a su novia para continuar con el puesto de fideos; cuando su nueva novia le dijo, débil, una noche del día cero. El virus conoció eso y más y cada célula que tocaba se sensibilizaba así que Wang se llenó de dolor, de nostalgia, de tristeza y de miedo. Algo de tos, algo de fiebre, mucho llanto y una semana de sueños que recordaban las muertes que su vida ha ido dejando en la piel.
Por una semana Wang fue muy contagioso.
La que limpia el local, los proveedores, los clientes, los vecinos, la novia, los que pasaban cerca de él y quienes tocaban su bicicleta, su timbre o rosaban su ropa quedaban contagiados. El virus les llevaba el dolor de Wang a cada una de sus células y también despertaba el dolor de su propia historia. Algo de tos, algo de fiebre, algo de jaqueca, el dolor por el dolor de Wang, el dolor por sus abandonos, humillaciones, abusos y traiciones. Cada uno de los contagiados esparcía el virus mutado con un dolor de Wang más el dolor de Lili, de Xin o de quien fuera, más el dolor propio. Cada contagio llevaba tras de sí más historias y más heridas infectadas.
La OMS teme que eventualmente el SIta19 enferme a todos y que incluso nos ocurra más de una vez. Imagino entre sonrisas que Wang lo vuelva padecer y se contagie de una versión llena del dolor del mundo y de la comprensión universal por su dolor. Porque no hay una noche en que millones de personas no lloren por el dolor de Wang.
Cuando caí infectado sufrí por mi dolor, el dolor de Wang, el dolor de un niño sordo, el dolor de una mujer sexualmente frustrada, el miedo de un ambientalista, la rabia de un secuestrador, la soledad de un político, el cansancio de un marinero, el hartazgo de una activista, la locura de un indigente, el anhelo de amor de una prostituta, el dolor de espalda de un sacerdote, la confusión de una niña abusada sexualmente, el miedo de un novio antes de su boda, el caos de un paranoico, la adrenalina de un torero, la hipertensión de un exitoso ejecutivo y, entre otros, el terror de mi hijo de no ser suficiente para mí.
Por una semana fuí muy contagioso y creo que ahora mucha gente sabe del dolor de Wang y otros saben también que en secreto lloro cuando a solas me miro en el espejo.
#Contagio
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