UNA DIVINA VIDA INFERNAL
Carlos Ávila Pizzuto
Estaba en el consultorio con una de mis
clientas más antiguas, Amanda, llevaba ya años que había muerto su esposo y
ella me seguía contando lo malvado y duro que él fue con ella, yo me sentí algo
molesto e incomodo cuando ella volvía a tocar ese tema, de pronto creía que eso
no contribuía a nuestro trabajo juntos y yo tenía una necesidad de darle
sentido a nuestro espacio de colaboración. Más que desde un lugar de conciencia,
más bien desde mi estar sintiendo esa molestia le dije: “Pasas mucho tiempo quejándote de que él no te amó y yo mucho tiempo
tratando de preguntarte si tú lo amaste y me siento frustrado porque tengo
necesidad de ser escuchado y no veo que me escuches, vuelves a lo mismo una y
otra vez…” Ella me interrumpió porque ya sabía que yo
podía continuar un monologo de lamentos por varios minutos más y me dijo: “Edgar,
sí te escucho y hasta compré el Arte de Amar de Fromm como lo recomendaste,
pero porque tendría que ser yo la que siempre ame, mis padres me exigieron amor
y no me dieron mucho, en la vida he dado y dado y dado y llegas tú a decirme
que lea un libro donde me piden que sea yo la que ame, la que este atenta a
favorecer el desarrollo de los otros, que vea por respetar en vez de estar
seduciendo para ser amada, pero ya te dije no siento amor… no amo, no tengo
amor que dar, quiero que me den y me molesta que no me hayan dado en la
abundancia que lo necesité.”
Escuché con atención, mi sentimiento de hastió
desapareció, mi corazón latía rápido, me sentía lleno de ternura y vitalidad.
–Lamento sí me puse crítico y exigente,
entiendo lo que dices, estás cansada de dar y tienes mucha necesidad de
atención y cariño ¿Me equivoco?
– No – contestó- no te equivocas pero
contéstame tú Edgar ¿Por qué te empeñas en que lo perdone y lo ame? ¿Acaso no
tengo derecho a sentir odio? Saber que puedo sentir todo lo que siento con
honestidad es el mejor regalo que me has dado con esta terapia ¡No me lo
quites!
- Amanda – contesté- temes que yo no pueda
seguir aceptando tu resentimiento ya que hasta ahora ha sido bueno para ti
saberte acompañada en todas tu emociones, aun las más dolorosas y yo quiero
ofrecerte mi compromiso a quedarme contigo en tu trinchera siendo así como tú
eres en cada momento ¿Me crees?
-Sí.
-¿Quieres que te comparta que me motivó
a sugerirte a que leyeras el libro y a
invítate a ver tu difunto marido y a tus hijos con ojos de respeto aun cuando
ellos no pudieron contribuir a satisfacer tus necesidades de cariño?
-Sí…
-Imagínate Amanda que un hombre muere y
llega a un lugar donde San Pedro y Satanás cuidan las puertas, el hombre que, por cierto, no siempre había sido
virtuoso, dudó de si había llegado al cielo o al infierno y le preguntó a los
dos guardianes sobre si esa puerta era la adecuada para él y ambos le dijeron
que sí que le pasara que lo estaban esperando. El hombre entró y se encontró
que adentro estaban todos los seres humanos con los que había interactuado, sus
padres, hermanos, vecinos, compañeros de escuela, del trabajo, los del banco,
los del restaurante, los del cine y ellos lo abrazan y le dicen: ¡Ahora
estaremos juntos por siempre…! el hombre empezó a gritar ¡Estoy en el cielo!.
Amanda ¿Qué habrías gritado tú?
-¡Estoy en el Infierno!- Gritó
ella entre risas ¡Pero gracias a Dios no creo en la vida después de la muerte!
-¡Yo tampoco! Por eso me preocupa más,
porque si tuviéramos toda la eternidad, pues habría tiempo de arreglarnos y
volver la existencia grata pero cada día nos queda menos vida y a ratos la
vivimos en el infierno…
-Edgar, gracias por esforzarte para que
viva en el cielo, a veces así es estar contigo y eso me ayuda a entender.
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