¿CAMBIAR EL MUNDO?
Por
Carlos Ávila Pizzuto
Ana es una psicóloga de 35 años, está casada y tiene 2 hijos. Trabaja en para los servicios de salud del Estado y hoy ha tenido un día horrible.
Empezó temprano cuando su esposo le reclamó que le da más tiempo a sus usuarios y usuarias que sus hijos. En realidad, él pasa mucho menos tiempo con su familia que ella y no gana más dinero, pero ¿Acaso no es tarea de la mujer el cuidar a la familia?
Ella sintió algo de culpa ¿No estará cometiendo un error al querer a ayudar a las personas en vez de estar en casa con sus hijos?
Ella lo que hace cuando siente toda esa culpa es inventar explicaciones: "¡Sí estoy con ellos!", "¿Quién es él para exigir?", "¡Si nadie hace algo por el mundo se lo va a llevar el traste!". Esa última es la que más le ayuda, en verdad cree que el mundo la necesita y no puede eludir esa obligación...
¿Obligación? Sí, ella sabe bien que es su obligación desde que estaba en primaria y una monja le dijo que Dios la había hecho a ella para resolver los problemas del mundo y Ana le creyó. De hecho no lo dudo ni un instante, desde el momento en que llegó al mundo notó que su familia estaba en crisis y ella con sus sonrisas y su bondad ayudó a que no se rompiera. Ana sabía que era necesaria.
Salió más tarde de su casa arrastrando vestigios de culpa que se aferraban como cardos a su ropa aún después de haberse sacudido sus pensamientos. Llegó a su trabajo donde una supervisora les dijo a ella y a sus compañeras que lo que hacían era insuficiente, que les faltaba compromiso, que necesitaban más integridad, que aún había demasiada gente deprimida, anorexica, violenta, en situación de violencia, etc. En fin les dijo que eran una fracasadas en su trabajo, les lanzó una amenza con el "nadie es indispensable" y se fue a un elegante desayuno con el gobernador.
-¡Es verdad! ¡Soy una fracasada! - Se decía Ana mientras caminaba a su cubiculo para recibir a sus pacientes.
Ana como tú y como yo hemos oído muchas veces que si no logramos algo grande somos un fracaso y a menudo nos vemos al espejo y vemos una decepción.
En su día, tres usuarias faltaron, dos no quisieron entrar a la consulta, solo querían un justificante y un apoyo de los servicios sociales y uno sí entró a consulta. Parece un día relajado pero no fue así, cada paciente que faltó, le rompió tantito el corazón pero le permitió, también, avanzar son sus reportes estadísticos; se fue con una unidad de prevención a dar una charla en una escuela con niños que escuchaban sólo porque las maestras los amenazaban; apoyó en la recepción; revisó media hora se su diplomado en líneas; tuvo otra reunión con otro superior que la volvió a regañar y lloró quince minutos en el baño.
¡No es para tanto! Estarás pensando, pero es que es miércoles, aún falta mucho para el viernes...
El único paciente que sí recibió consulta fue su última actividad en la oficina, al terminar salió rápido porque iba a ir con su hermana a escuchar la conferencia de un viejo maestro que estaba de visita en la ciudad y se había comprometido semanas atrás.
Iba muy callada en el carro.
-¿Estás bien? -le preguntó su hermana.
-No, es que ya llevaba varias semanas viendo a este muchacho que había golpeado a su novia y ya tenía tiempo de estar mejor, de estar bien y de no ejercer violencia pero hoy venía bien raro. Creo que estaba drogado y me insultó, me dijo que era una cualquiera y una mentirosa.
-¿Así te lo dijo?
- ¡Obvio no! Con maldiciones y gritando, estuvo horrible, me asusté pero sobre todo me dejó pensando que qué sentido tiene hacer esto y no sé...
- A lo mejor fue un mal día para ambos y en el fondo sí está bien. - Fue el intento de una hermana optimista de consolar a su hermana menor.
La conferencia fue interesante ese hombre sabía una o dos cosas sobre la vida, pero mientras escuchaba Ana se sentí cada vez más triste. Al final el maestro ofreció contestar algunas preguntas y Ana se animó a preguntar:
-Maestro ¿Qué caso
tiene intentar cambiar
el mundo si no cambia?
Y el maestro contestó riendo:
-A mí me da algo bello
que hacer cuando
no hay nada en la tele.
que hacer cuando
no hay nada en la tele.
La gente se rió, Ana no, hizo una sonrisa forzada pero sus ojos grandes y avellana irradiaban pena y frustración.
-Creo que no tienes mucho tiempo
para ver la tele ¿Verdad?
-Hace meses que no la prendo.
-¿Ocupada cambiando al
mundo que no cambia?
-Sí
El maestro tomó aire y dirigió su mirada al grupo como preparando una declaración que ofrezca una ofrenda de luz a los asistentes y a Ana. Volvió la mirada a Ana y clavó sus profundos ojos casi negros y vivos en ella y después un silencio que contagió a todos dijo:
-Has intentado mejorar al mundo.
Agradezco tu intento desde
el fondo de mi corazón y si no
cambia que sea
problema del mundo
y que deje de ser problema tuyo.
El maestro volvió su vista al grupo y mientras la señalaba gritó:
-¿Nadie piensa ayudarla?
Si te gusta, comparte por favor.
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