Tenemos una vida que se acaba a cada instante y no siempre nos animamos a Ser.
Familias, comunidades, culturas, sistemas pueden esperar de nosotros que seamos un engranaje de algo que no elegimos. Se espera que consumamos ciertas cosas, que busquemos ciertas cosas, que aceptemos ciertas cosas, que nos sometamos antes ciertas cosas y se nos dirá muchas veces que el que no entremos en ese cuadro que diseñan otros, es un error o un desorden.
Muchas de nosotros vivimos experimentando estados emocionales muy infantiles, seguramente porque hubo carencias en nuestro proceso de desarrollo que nos dejaron aterrados, dependientes, débiles, sometibles, indignos y reprimidos. Esas rasgos de carácter que arrastramos nos vuelven excelentes clientes de las exigencias que esa cultura de máquina devoradora de humanos pone sobre nosotros.
Nos han enseñado los beneficios del orden, de la armonía, de la tranquilidad de no estar en guerra y esas enseñanzas nos hacen creer que buscar cambios, que el que luchemos por defender nuestra identidad, que el que no queramos ser un engranaje, para sí ser una persona, nos vuelve violentos como un golpeador de niños, como un asesino, como cualquier criminal.
Pero no toda la fuerza es violencia, no toda la lucha es armada y no todos lo guerreros son destructivos.
Nuestros rasgos infantiles más una propaganda pro-aceptación, entendida como adaptación; pro-tolerancia entendida como sometimiento; pro-orden entendido como renuncia a la identidad y al ser; y pro-unidad, entendida como negación de la individualidad, han contribuido a que creamos que nuestras ganas de luchar por Ser, son tóxicas.
Creo que tenemos un poderoso guerrero en nuestro vientre, que conectado con nuestro corazón empático y nuestra mente creativa y estratégica, es capaz de luchar duras batallas para llegar a Ser.
Tenemos un guerrero que no es violencia, es potencia para decir: ¡No Creo! ¡No Quiero! ¡No Puedo! y decir: ¡Esto Creo! ¡Esto Quiero! ¡Esto sí que Puedo!
Un guerrero que no avienta insultos en redes sociales y luego se hace la víctima de que le contesten, sino un guerrero estudiado y competente que argumenta y escucha para poder completar sus creencias y enriquecer las de otros. Un Guerrero que señala objeciones cuando la masa irreflexiva acepta sin cuestionar y que ofrece alternativas de pensamiento y acción. Un Guerrero en en vez de lloriquear porque el mundo nos como quisiera, aprendiera a Ser en el mundo como es. Un Guerrero que no es un mártir de causas porque no hace para perder, hace para lograr y sabe usar el escudo tanto como la espada.
Ese Guerrero que cuida de nosotros para que Seamos es al que invito a despertar.
Un Guerrero que busca Ser, que guía nuestras batallas en vez de dejarle nuestra lucha a una emocionalidad infantil que quiere que le quiten a los otros el juguete que no tenemos; que quiere un padre o una madre que nos mantenga y cuide siempre; que quiere brillar opacando otras luces; que quiere trato especial por ser más blanco, más bonita, más rico, más ingenua...
Esa emocionalidad infantil merece toda nuestra ternura, habla de carencias, heridas y malos tratos pero es muy estúpida para guiar nuestras batallas.
Inhala profundo, abre espacio en tu vientre, calienta tu corazón, alimenta tu mente para que despierte el Guerrero que montado en la voluntad de tu fuerza animal puede hacer que el tiempo que tengas en la vida se una experiencia maravillosa para ti y para quien te conozca.
CARLOS ÁVILA PIZZUTO
Facebook.com/CentroRe
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