Llevo a Mariana atada en la cajuela.
Lástima que no haya sillitas como las de bebé para llevar atada a gente que no se controla por sí misma. Sería más fácil, sería más humanitario. No saben lo muy alegre que me encuentro de hallar alguien con un gran corazón para recibirla.
Lástima que no haya sillitas como las de bebé para llevar atada a gente que no se controla por sí misma. Sería más fácil, sería más humanitario. No saben lo muy alegre que me encuentro de hallar alguien con un gran corazón para recibirla.
La verdad, es que
sí hay quien ha aceptado recibirla, pero no gratis, no de buen corazón. Quieren
que se las deje, pero que les pague por cuidarla y bueno, lo he hecho algunas
veces. Una vez hasta vinieron por ella en una camioneta y la llevaron a un
centro y ya ahí me dicen que me va a costar lo que cuesta un carro que se quedé
ahí veintiún días ¿De dónde iba a sacar yo esa cantidad? ¡Luego no me dejaban
sacarla! ¡Menudo caos! En fin, conseguí una lana, la saqué y la lleve a otro
lado donde no cobraban casi nada, pero la regresaron peor: golpeada, sucia,
rota…
Una vez fui a
tomar una terapia, que porque era mi culpa que Mariana bebiera litros de
alcohol y se metiera de todas la drogas. Sí, me dijeron que el problema era que
yo soy codependiente. De entrada, me saqué de onda, yo estaba como que bien
seguro que el problema no era ese, que el problema era que yo no podía
organizar mi vida con alguien que no cumplía ninguna de sus malditas promesas y
que además, aunque le dijera que no estaba de acuerdo, se seguía tomando todo
lo que encontraba.
También una vez
fuimos a un retiro religioso, nos dijeron que el asunto era que ella tenía
metido un mal demonio o algo así
entendí. Ahí fue la primera vez donde se me aclaró que yo no tenía un buen
corazón, que yo debía estar alegre de dejar todo por ella.
No, no estaba
alegre, no, no podía dejarlo todo, mi vida me importaba y aun hoy me sigue
importando. A eso le llaman egoísmo en los lugares donde fuimos a que me
ayudaran tener un mejor corazón.
De la familia de
Mariana ni hablar, ellos tampoco tienen buen corazón, desde el día de la boda
me dijeron que ella va sin boleto de vuelta. No saben, se han negado hasta a ayudarme a sacarla de la
cárcel, se desentendieron, así como deben hacer los codependientes, así como
deben hacer los de mal corazón.
Y apenas ayer,
después de diez años de pagar sus multas, de limpiar su suciedad, de
mantenerla, de soportar sus gritos y golpes… apenas ayer, apareció un ángel.
Una mujer de una iglesia nueva se me presentó ayer…
-¿Ésta su mujer
en casa? – preguntó.
-Sí, como siempre
está cruda en el cuarto.
-¿Cómo puede usted
ser tan feo? No se habla así de su mujer.
-Es que tengo un
mal corazón y son codependiente, no se sorprenda si nota lo feo que soy. Ya
sabe, soy muy egoísta.
-Su mujer no merece
un hombre de mal corazón, merece que la amen a cada instante para que pueda
curarse y perdonarse.
-Eso me han dicho,
pero yo no le puedo perdonar nada.
-Debe usted
aprender a perdonar.
-Señora ¿Usted sabe
perdonar?
- ¡Claro! Estoy muy
cerca de Dios y eso me ayuda a perdonarlo todo.
-¡Debe usted de
tener un gran corazón!
-Quizá es pecado
reconocerlo.
-Mire señora a mí
me consta que es pecado no reconocerlo.
-Hombre pues sería
mentira decir que no tengo un gran corazón, ayudar es lo mío.
-Es grandioso al
fin encontrar alguien como usted.
- Mire buen hombre,
me voy a arriesgar, esta es mi dirección, los viernes leemos las escrituras y
es un día muy importante para mí. La puerta de mi casa está abierta para
ayudarlo con su carga espiritual.
Estaba extático,
no cabía en mi gozo, sólo dije gracias y cerré la puerta.
Revisé el
calendario, no quería errores, y noté que era miércoles. Así que me dormí y al
despertar hoy jueves le di un garrotazo a Mariana, la até, la coloqué en la
cajuela, no creí que fuera prudente aventársela en viernes cuando tiene
visitas, mejor se la dejó desde hoy, ahí nomás la echaré en su puerta. Me
liberaré de mi carga espiritual, me desharé de mi codependencia y dejaré a Mariana en casa de una mujer de
buen corazón, justo lo que todos me han dicho que ella necesita.
¿Y después? Pues me
sigo de largo unos quinientos kilómetros, vendo el carro en unos pesos y le sigo
para el norte, donde ya no pueda dañar a Mariana con mi mal corazón.
Carlos Ávila Pizzuto
www.facebook.com/CentroRe
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